domingo, 4 de junio de 2017

La Reina de Treeason

Hola,
Es curioso cómo son las cosas. He estado de limpieza de cajones, y entre tanto cachivache, tanto recuerdo de aquel viaje y aquella escapada. Entre tantos papeles guardados de garantías de aparatos que incluso ya había tirado, aparece una carpeta llena de cuartillas garabateadas, llenas de una letra apretada y tan junta que a veces es imposible de leer.
Y te pones a leer y descubres que tu mente siempre ha estado ahí, no sabes cuánto, y que a veces lo olvidas.


Treeason siempre ha estado en mí. Desde que leí mi primera historia de fantasía épica, ese mundo, esas tierras llenas de promesas, llenas de misterios por descubrir, siempre me acompañó.
De un modo u otro poblé sus calles, sus bosques, sus reinos de historias y aventuras.

«Pasé mi infancia soñando que algún día me iría, contigo, en una de tus aventuras. Pero mi aventura ha resultado ser muy distinta». El Señor de los anillos.
Es una frase de Frodo a Bilbo, en Rivendel, y me viene como anillo —nunca mejor dicho—, al dedo para describir lo que me ocurría y lo que me sigue ocurriendo.

Y entre esas hojas emborronadas, halle un boceto. Un apunte que tenía harto olvidado, que jamás volví a pensar en él una vez lo dejé en el cajón y que ahora, después de tanto tiempo, me viene para decirme que: «Siempre estuviste ahí».

No sé si lo he contado alguna vez, pero la historia, tal y como está escrita, de La Reina Lyriana de Treeason me vino como inspiración en un sueño en el que me dije: «¿Y si ella creyera que él es el malo?», pero y ahí está el por qué de esta entrada, se ve que ya había yo pensado en «una» Reina de Treeason.

Siempre estuve ahí.



Boceto «La Reina de Treeason».

«La sala del trono estaba vacía.
¡Por fin!
La reina Dehara inhaló hondo y soltó el aire retenido en sus pulmones despacio, muy despacio. Con una sola señal del dedo indicó al criado que esperaba pacientemente junto a la plataforma del trono, que apagara todas las velas de la sala.
Entonces se levantó con lentitud del sitial para asegurarse de que las piernas la podían sostener. Una vez afianzada avanzó lentamente y descendió los cinco escalones sobre los que se elevaba el estrado donde se hallaba el sillón de madera, de altísimo respaldo terminado en una corona, tapizado en rojo y bellamente ornamentado con pan de oro.



Poco a poco el salón iba quedando a oscuras, solo quedaba el resplandor del fuego encendido en el inmenso hogar a la derecha del entarimado.
Dehara se sentía débil y pequeña. Muy pequeña. Rogaba por poder llegar a la butaca situada frente a la chimenea y dejarse caer en ella sin desmayarse por el camino.
Entonces un connato de rebeldía y orgullo la asaltó.
¡NO!
Levantó la barbilla, una barbilla que temblaba al contener el sollozo que la acometía sin clemencia, y siguió avanzando con resolución.
 No iba a dejar que nadie viera su debilidad. No iba a dejar que nadie viera lo destrozada que estaba...
No iba a dejar que nadie viera que si por ella fuera se arrancaría la corona de la cabeza y se lanzaría a una loca carrera hacia afuera, hacia el puente levadizo donde, estaba segura, él se hallaba cruzando en ese instante y alejándose irremediablemente de ella.
Por fin llegó junto a la butaca y se sentó, o más bien, se hundió en las profundidades del asiento orejero. Se acurrucó y escondió la cara entre las manos.
Había sido un tarde de pesadilla.
Al alba de ese día la habían despertado.
—¡Mi señora, mi señora!
Dehara se incorporó en la cama, asustada.
—¿Qué ocurre? ¡Pasad! —ordenó, todavía adormilada, pero con la indiscutible autoridad de la que siempre hacía gala.
El mensajero abrió la puerta, y su rostro no expresó ninguna emoción al verla a ella y a su primer capitán juntos en la cama. Se cuadró ante ella al tiempo que esgrimía unos papeles ante él.
—Mi señora, os traigo la respuesta del Conde Azkar. Es muy urgente que la oigáis de inmediato.
Dehara palideció y asintió hacia el joven soldado para que continuara.
—«O accedéis a mis peticiones o arrasaré el pueblo de Treeason y todos sus habitantes serán pasados a cuchillo» —leyó el mozo directamente del pergamino que sostenía con manos temblorosas.
La reina cabeceó.
—Gracias. Por favor, di a todos los capitanes que me esperen reunidos en la Sala del Trono. Yo bajaré en seguida —pidió en voz baja. El soldado inclinó la cabeza, dio media vuelta de forma marcial, se retiró y cerró las puertas tras él.
Dehara se volvió, con la cara arrebolada por la intensa noche de pasión vivida, hacia su primer capitán y lo miró, insegura.
Entonces vio en sus ojos negros todo el odio, toda la frustración y toda la impotencia que le provocaba ese agrio despertar. Con un salto felino abandonó el lecho, magnificamente desnudo. Sin mirarla, se dirigió hacia sus ropas y empezó a vestirse.
Su rostro se había convertido en una máscara impenetrable y la mandíbula fuertemente apretada indicaba a Dehara los esfuerzos que su amado capitán hacía para no dar rienda suelta a la ira que lo traspasaba.
Manfred sentía sobre sí la mirada femenina, pero no la miraba. Evitaba sus ojos con todas sus fuerzas, porque si lo hacía...
Dehara habló para romper ese ominoso silencio instalado entre ellos.
—Tal vez todavía pueda arreglarlo —declaró, aunque nada más salir de su boca las palabras le sonaron huecas y sin sentido.
Y de improviso el tiempo pareció ralentizarse y hasta el aire se enrareció cuando él se volvió hacia ella y la miró, por fin, con unos ojos encendidos de rabia y furia. Unos ojos iluminados desde dentro por un fuego salvaje y a duras penas controlado.


—Si en mi mano estuviera, ni una sola de las partículas del ser de ese engendro de mala madre, estaría jamás cerca de ti —susurró con voz contenida. A medio vestir, exhibía todavía su musculado pecho desnudo y su rostro, tan tierno y apasionado cuando le hacía el amor, ahora ostentaba una inamovible y férrea voluntad—. No es digno de que le dirijas la palabra, ni de que tus ojos se posen en él siquera. —Las palabras salían lentas, sonoras y fuertes de sus labios. Esos labios que tantas veces la habían besado. El sentido era inéquivoco: Manfred no bromeaba.


—Todo mi ser clama por ti, no soy sino tu sombra. Me baño en tu luz cada día y me amparo en tu alma por las noches... —manifestó con pasión. En ese momento su rostro se contrajo, torturado— Pero tú jamás has sido mia. Jamás he estado solo con Dehara. Siempre he estado son la Reina de Treeason. —La voz masculina, profunda y senusal, se fue apagando hasta que solo fue un susurro, hasta ser solo un lamento.
Dehara, con el corazón oprimido y el alma destrozada al ver al amado de su corazón sufrir de esa forma tan desgarradora, se levantó e intentó aproximarse a él, pero en ese instante tocaron en la puerta.



Dehara rechinó los dientes y preguntó, airada.
—¿Sí?
—Somos Lita y Deni, mi señora —anunció su doncella personal, en su habitual visita matutina para ayudarla a vestirse.
La reina suspiró, resignada.
—¡Adelante!
Se volvió de nuevo hacia Manfred, ya totalmente vestido, y sus ojos se cruzaron con intensidad una última vez antes de que él inclinara la cabeza ante ella y abandonara la habitación sin mediar palabra.
La habitación se enfrió y un escalofrío recorrió la piel de Dehara, como un pésimo presagio».

¿Qué os ha parecido?
Es bonito ¿verdad? E incluso en ciertos aspectos, casi premonitorio - _^

Buenas tardes y feliz domingo.



Un año ya de la opinión de «Argenthea» en El desván de las Delicias

Hola,
Cómo siempre he dicho y a temor de repetirme, Argenthea es muy especial para mí.


 Es una historia que nació poco a poco, muy macerada, muy a fuego lento... La escribía para mí ya que, en aquellos tiempos, nunca creí que nadie fuera a publicarme y ahora ya son tres los retoños que campan por ahí.
¡Madre mía! ¡Qué asombrada, maravillada y agradecida estoy!
Por eso hoy quiero traeros la opinión que, en su día, Isa Jaramillo publicó en su blog: El desván de las Delicias.


Mihkael y Argenthea, dos ángeles, dos seres destinados a obedecer.

Os cito unas palabras de la propia Isa, que me han encantado y creo que definen a la perfección el "alma" de la novela:
«He de decir que hace años que mi fe flaquó mucho, por no decir que prácticamente la perdí, y Paula, la autora a través de sus palabras crea un punto de inflexión, en el que hace que te plantees muchas cosas, entre ellas si cualquier medio es lícito para conseguir un fin, cuán alto puede ser el precio a pagar por sacrificarse, el no ser capaz de elegir, no por no querer ni por no poder, si no por no deber». Isa Jaramillo Abeledo.

https://eldesvandelasdelicias.blogspot.com.es/2016/06/mi-opinion-n75-argenthea-de-paula.html?showComment=1496579957604#c1529983243089715322

¡Feliz domingo!